JOKER (2019) DE TODD PHILLIPS – EL DESMORONAMIENTO DEL CHISTE


Por Miguel Blásica




En 1972, Jerry Lewis, el genial clown norteamericano emprende un proyecto bizarro y riesgoso, rodar una película sobre un argumento extraño, la película se llamaría The day the clown cried. El día que el payaso lloró. El argumento giraba sobre un hombre pobre, comediante de la calle, fracasado y errabundo en la Alemania nazi que de pronto es tomado prisionero por burlarse de Hitler y llevado a un campo de concentración. Despreciado por la soldadesca, el cómico solo hacer reír a los niños. Los oficiales le hacen una propuesta siniestra y que solo así podría salvar su vida: Hacer reír a los niños mientras son conducidos a la cámara de gas. El payaso acepta.

El proyecto llego a filmarse pero tuvo, como es de suponer más de un contratiempo, sobre todo el financiero, a pesar de que Lewis puso de su propio capital no logró terminarla, sin embargo guardó lo registrado y se dice que en su testamento encargó que se archivase en las bóvedas de una institución y que solo se hicieran públicas 10 años después de su muerte, la misma que ocurrió en 2017.

Me he preguntado una y otra vez ¿Por qué un cómico de portento y fama como la que gozaba Lewis aceptó este proyecto? Quizás sabía muy bien que aquella historia no se basaba precisamente en el guión cómico convencionalmente efectivo. Sin embargo era ese el argumento que necesitaba para fundir tragedia y comedia. Jerry Lewis, actor, director y escritor era lo suficientemente consciente de que la comedia es el vehículo más apropiado para descubrir la profundidad de la tragedia. Quizás no lo logró, pero lo intento. Ese ha sido el riesgo de todo genio de la comedia: Desestructurar y volverá a armar el chiste.


¿QUIEN DIABLOS ES TODD PHILLIPS?


Valga esta nota introductoria para comenzar mis apreciaciones de Joker (2018) de Todd Phillips, esta cinta ha venido precedida de una virulenta polémica, las apreciaciones de violencia exacerbada en tiempos en que la connotación de los discursos comunicacionales cada vez son más directos y donde el sentido de lo denominado post verdad nos acercan a la brutalidad y al fascismo abierto de los mensajes xenófobos y de la movilización de sectores de extrema derecha y conglomerados neo conservadores. Si de verdad queremos que algo funcione con arte, esto tiene que tener el efecto de una gran  patada en los cojones y vaya que está película se acerca a eso, a desestructurar el mecanismo del chiste.

Pero Phillips no es un novato en esas lides de desarmar el aparato, su secuela exitosa The Hangover (¿Qué pasó ayer?  I, II y III) es la típica comedia atrofiada, un blockbuster que intenta hurgar en la vida de tres sujetos mediocres reivindicando que la estupidez, las hamburguesas, Las Vegas, los eructos y las rubias son parte de una mitología del presente. Algo que MTV ya abordaba en los 80s y 90s. Quizás el interés de Phillips por esta suerte de anti heroísmo en plena era de la post verdad nace con su primer documental basado en la vida y obra de una suerte de poeta punkie, GG Allen, un performer escatológico que murió de sobredosis de heroína y cocaína a los 36 años.





LA VULNERABILIDAD DEL PAYASO


Vayamos a Joker, una de las apreciaciones más lúcidas ha sido la opinión de Michael Moore, quien apela a la descamada visión que sobre la enfermedad mental da Phillips con la más que notable actuación de Joaquín Phoenix en el rol principal, ese recurso va dirigido a la sociedad indudablemente. Para Moore la película no apela más allá a la connotación de lo que ya existe y desde hace décadas. Gotham viene siendo el modelo de ciudad espectral, anómica y salvaje donde se ha perdido casi todo vestigio de humanidad y donde sus habitantes guardan soterradamente una furia a punto de estallar.

La contundencia del chiste es saber los mecanismos que lo mueven y eso pasa con esta película.

La apelación a la caja maestra de lo mitológico nunca ha sido banal en la maquinaria hollywoodense. El Nacimiento de la nación de Griffith (1915) dijo bastante sobre USA, su rol como gendarmería supremacista, la superioridad blanca  y la primera guerra como laboratorio de prueba mundial.  De allí a un salto hasta llega al 11-S y la estrategia de la justicia contra todo eje del mal en los acuerdos de inteligencia militar y la competencia entre Marvel y DC apelando al cine de masas.

 Batman, el héroe, nunca fue un referente claro. El hombre murciélago  resulta tan solo el espectro que divaga en la nocturnidad de la megápolis, quien aún no se sobrepone del asesinato de sus padres, una especie de Hamlet nocturno que se siente acorralado por la desesperación y el pánico de los habitantes de ciudad Gótica. Es pues calco, semblanza de la agonía y soledad en las  grandes ciudades, con sus asesinos en serie, con su inseguridad urbana, sus seres dispuestos a todo por un trozo de algo que los mantenga vivos, apenas zombies que pululan en el mecanismo de un tiempo que no es parte de una narrativa coherente de vida y transcurren en el demoledor peso muerto de un tiempo insensato, clavados en la mera estructura de una broma siniestra que aparenta ser vida.

No existen ya las promesas ni la esperanza, pero algo podría aun suceder. He aquí la materia prima de donde brota el arquetipo del ángel caído, el líder, y su lenguaje es la mera sátira, todo dolor comprimido y revalidado en sarcasmo. Es su transición lo que vemos. El escupitajo recibido es absorbido y devuelto para connotar, reflejar lo real, aquello que se desborda ante tanta hipocresía y cinismo que los medios ocultan. Algo de la filosofía práctica de Mefistófeles uno de los más grandes payasos de la literatura universal, le sostiene.

 ¿Qué son mis crímenes si se lo compara con otros que son legales y permitidos? Razona Monsieur Verdoux (1947) de Chaplin (en quien puede también verse en el transcurso de su carrera la profunda preocupación por el mecanismo de la broma), desde Charlot a Verdoux “Como asesino de masas no soy más que un simple aficionado” declaraba.

 A las apreciaciones de Moore pienso que la complejidad de la película va más allá de la obligada referencia a un mundo real violento y descarnado.  Joker es también la dualidad del actor su vulnerabilidad donde la simple referencia a actor no solo es la de aquel profesional que sube a un escenario ficticio, es la de aquel ser agónico que trasunta y recorre las calles con la destrucción en los hombros en esta suerte de realidad – espectáculo, un mundo donde se ha perdido el eje que separa la ficción de la realidad, donde tod@s sabemos que podemos estar en cualquier momento al interior de la caja estúpida visto por millones y ese tiempo muerto cobra un sentido de venganza, es por ello que Arthur Fleck no es más actor – payaso – comediante que todos los seres que trasuntan a su alrededor, donde los seres marginales, la asistenta de Seguro social, sus colegas payasos, los chicos negros que le roban el cartel y le propinan una paliza, y sobre todo la chica negra que se vuelve su amiga y que le insta a ser él mismo cuando sonríe con la pistola imaginaria de sus dedos apuntando a su sien y comenta en el puesto de periódicos que quien cometió el triple crimen en el tren “es un héroe”, le empujan a una identidad, a una razón de ser más allá del desprecio y la indiferencia, pero también más allá del bien y del mal.





NACE UNA ESTRELLA


A pesar de que muchos comentarios en las redes sobre la película se apoyan en la enfermedad mental del personaje, no pienso lo mismo, el cuadro clínico de Arthur Fleck no es lo más importante de connotar sino su simple y sencilla vulnerabilidad como ser humano, y la vulnerabilidad, es la condición básica desde donde se ejerce la comedia. 

Arthur Fleck enfermo con tratamiento psiquiátrico a base de barbitúricos facilitados por el Seguro Social no solo ejerce duramente su función de payaso, es vulnerable en grado sumo por la risa – llanto incontrolado que padece. No es solo lo abrupto de esas convulsiones y lo que provoca socialmente, sino por algo doloroso que en el tiempo - muerte se vuelve siniestro: la indefinición de saber si está riendo o llorando.

Y así nace el arquetipo, el símbolo, o como para decirlo de manera hollywoodense: El nacimiento de una estrella.

Joker es de un modo particular, en el argumento que sostiene la película, la estructura de una broma inesperada. Los aspectos irracionales de su trama quedan relativizados si el mundo subjetivo del protagonista nos va sobrecogiendo, es así que no sabemos bien como logra ingresar a la platea donde un público compuesto por ricos miran a Chaplin patinar en la pantalla y ríen estúpidamente mientras Arthur los ve. Tampoco como llega a tener el privilegio de ser invitado al programa estelar nocturno del famoso conductor de TV Murray Franklin (Robert de Niro), lo cierto es que ese conducto de lo real a lo reality era necesario. Tanto como matar a su madre y a su “padre” (la imagen sublimada de Franklin, como súmmum de logro como comediante, de acceso público). Es la incapacidad para el logro del chiste, del “premio” de la risa como aceptación social lo que llama la atención del conductor quien lo invita para burlarse de él y exponerlo como un discapacitado, un imbécil proclive a la risotada al paso como necesario descongestionador social.

Es así que la escena donde Fleck que ya ha logrado la transformación a Joker en el set del programa, expone su chiste mayor: La confesión verdadera de sus crímenes; aquello no engarza con la mecánica del chiste habitual y Franklin se desenmascara para erigirse en la voz cuestionadora que le empuja a la culpa, pero es demasiado tarde. Fleck ya es Joker y ha comprendido bien el mecanismo del chiste, el sentido mismo de esta película se ve así misma como el espejo que emite en cadena de TV reflejo y realidad, cuando luego de asesinar a Franklin en el set y en vivo le habla a la cámara. Fleck ya antes se había despedido de su madre diciendo: “Solía pensar que mi vida era una tragedia pero en realidad es una comedia”.

Y así “Nace la estrella” porque es difícil separarse del Hollywood a ritmo de Gary Glitter y en pasos de baile en algún año a fines de los 70. Jerry Lewis, a quien reseñamos al comienzo de esta nota, lo sabía muy bien. Habría que haberle preguntado a Charles Manson si su locura se distinguía bien de la cordura y eticidad de una sociedad como la norteamericana. Es por ello pienso que ampararse en el desquiciamiento del protagonista de Joker no es sino un recurso para evadir el hecho de que cualquiera puede cruzar la frágil línea entre razón y locura.

Que conste que otro gran mérito de Joker es el hecho de haberse ubicado en una época en que no existían aun las redes sociales y mucho menos apelar al facilismo de la era Trump.

Para concluir Joker es una película de impacto psicológico que nos devuelve al eco sistema de donde somos víctimas y propiciadores, a partir del nacimiento del villano la lógica del mal encuentra su justificativo en su determinado contexto, pero no olvidemos en ningún momento que es Hollywood, la maquinaria que fabrica mitos la encargada de modelarnos el presente. Termino con una nota de Stanley Kubrick que grafica creo el poder que posee este medio “Yo no olvido nunca que el cine es, ante todo, un medio de comunicación de masas. Ahí reside su funcionabilidad política. Tal vez haya quien me acuse de posibilismo, pero estoy convencido de que es más efectivo un film comercial ideológicamente consecuente, que un panfleto político underground”.










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