LA PÉRDIDA Y EL VACÍO
ANÁLISIS Y CRÍTICA DE LOS LIBROS “LOS RENDIDOS – SOBRE EL DON DE PERDONAR” (2015) Y “PERSONA” (2017)
DE JOSÉ CARLOS AGÜERO
Por: Miguel Blásica
Experimentar una tremenda revelación sobre el pasado,
sintiendo la obligación de reinterpretar radicalmente la
imagen
que uno se hacía de sus allegados y de sí mismo,
es una situación peligrosa, que puede
hacerse
insoportable y que será rechazada con vehemencia.
Tzvetan Todorov – Los abusos de la memoria
Introducción
La lectura
de los dos libros de José Carlos Agüero, “Los Rendidos – Sobre el don de
perdonar” (2015) y “Persona” (2017) provocaron una conmoción. Algo diferente se
estaba planteando allí, algo que tenía que ver con la continuidad de un hilo
histórico cuyo trazo en los últimos 40 años ha golpeado a las generaciones que
vivieron los hechos de la guerra interna en
Perú.
La
distancia de algunos años desde sus primeras ediciones no ha reducido su
impacto. Su estudio y análisis despertaron una serie de cuestionantes, y me propuse
escribir sobre ello como una forma de poder ordenar su comprensión, para tratar de responder a sus inquietudes a partir de las
circunstancias políticas que se relacionan con los hechos a los cuales se
remite.
Era
necesario acercarme a una posición con respecto a lo que plantea como
cuestionamiento en la condición de víctima y perdón, desde su apelación ética
que se encuentra determinada por la forma de comprensión a la que apela.
Considero
que en ningún momento, posterior al aparente período de paz que siguieron a los
años de violencia política, ha existido un momento claro, eficaz para sentarse
y repensar lo ocurrido, tampoco la predisposición a ello. La mesura y la calma
no han existido en el panorama de la democracia en el país por múltiples
factores, de modo que ese debate se sigue postergando en condiciones de fuerte
inestabilidad social e incertidumbre.
Desde el año 2014 con la obra de teatro ”La
Cautiva” escrita por Luis León y dirigida por Chela de Ferrari y la publicación
del libro “Memorias de un soldado desconocido” de Lurgio Gavilán en el IEP, pensé que se irían
abriendo otras posibilidades de poner en cuestión las etiquetas con las cuales
se configuraron los fantasmas de la guerra, como una forma de atajo que nos
permitiese el camino más lúcido a la comprensión de lo sucedido, con el ánimo
de alejarnos de la pesadilla de muerte y destrucción masiva, plantearnos
realmente llegar a la posibilidad de una reconciliación, tratar por lo menos de
acercarnos a una real idea de ello.
No se ha
llevado a cabo un debate veraz acerca de los planteamientos de Agüero, sobre
todo de su primer libro. Es necesario resolver preguntas que no respondieron
posiciones afincadas en su propia determinación hegemónica. Se trata de
cuestionarle, de comprender el marco desde donde expone sus ideas y tratar de
otear hacia donde se dirige, ello significa no entrar al juego de intereses
determinados, es querer relacionar la validez de sus propuestas en el campo de
una necesaria reflexión con ese trazo del porvenir histórico, comprenderlo en
ese sentido.
Antecedentes
El final del período de violencia política
que vivió la sociedad peruana a fines del siglo XX y comienzos del XXI, dio
inicio a un período de recapitulación histórica de lo ocurrido. Se abría un tiempo de azoramiento, desconcierto y pavor,
no sólo por la muerte de miles de personas, sino por el descubrimiento de lo
que la guerra fue capaz de dejar en su destrucción: fosas clandestinas,
desaparecidos, centros de tortura, hornos para desaparecer cadáveres,
violaciones masivas a mujeres, secuelas post traumáticas en la población andina
de zonas como Ayacucho, Apurímac y Huancavelica que vivieron entre dos fuegos
escapando permanentemente de sus comunidades, pero también habría que ver las
secuelas en las fuerzas antagónicas del conflicto, esa población de militantes
de los grupos alzados en armas, policías y militares que debe ser incluida,
pues dejarla de lado no aportaría a la construcción de un real sentido
histórico que en algún momento nos permita acercarnos a una comprensión cabal
de aquel suceso.
El trauma aun atraviesa trasversalmente a
toda la sociedad peruana y quizás la prueba mayor esté en que cada etapa vivida
desde el final de la guerra, el fantasma de la subversión surge entre las
tinieblas de lo inesperado y lo fortuito, está presente, a veces
subterráneamente, otras de forma directa.
En medio de la constatación del horror,
había que tratar de comprender y enmarcar una trayectoria de hechos ocurridos,
sus actores y los roles que cumplieron, encontrar las causas que nos condujeron
a aquel difícil momento. Esto no resulta
nada nuevo, se ha decantado muchas veces en ese pedido.
Evidentemente uno de aquellos esfuerzos se
dio en la conformación de la Comisión de la Verdad y Reconciliación en el año
2000 en el gobierno de Alejandro Toledo. En el tránsito de la denominación a
aquel período desde su conceptualización con el
adjetivo compuesto “conflicto armado interno” y que luego devendría, en la
aceptación tácita como guerra no convencional o asimétrica[1]
observamos la complejidad de su abordamiento. Aquel cambio nominal no fue fácil.
Aun hoy algunos sectores relacionados a adherentes del fujimorismo y ortodoxos
desde posiciones militaristas, niegan aquella denominación pues desde el plano
legal, aquello podría significar acercar a la cúpula de los insurrectos en
prisión al status jurídico de prisioneros de guerra.
Los
Rendidos – Sobre el don de perdonar: La pérdida
El
testimonio con el que J.C. Agüero empieza el libro nos hace partícipes de una
confesión que concierne a sus padres, muertos
en los años de la guerra. Los expone como militantes del PCP SL y
evidencia su culpa como hijo de senderistas. A partir de esa tragedia personal,
Agüero decide abrir al escrutinio público su vergüenza; empieza allí su
reflexión y esta decisión no es fruto de un impromptu emotivo. Esta vergüenza
expuesta directamente es la piedra basal sobre la cual sostendrá, decantará su
propuesta. Lo manifiesta desde el inicio[2].
Lejos
de parecer de manera absoluta un conjunto de ideas sueltas, reflexiones que fue
guardando y publicando entre amigos, va a proponer con decisión una reposición
de la mirada hacia las víctimas desde la constatación de su vivencia en un
entorno militante donde colaboró materialmente como apoyo concreto en su niñez
y adolescencia con la secuela de clandestinidad, riesgo, pérdida y dolor.
Veamos los apuntes de otros autores sobre el
carácter simbólico de dar un testimonio y su lugar en la búsqueda de lo ocurrido,
Félix Reátegui lo señala así:
“…Como lo han señalado sobre todo quienes
observan el proceso desde la
antropología, la recepción de testimonios de víctimas ya incluye una suerte de
pacto epistemológico: el testimonio es recibido para ser encuadrado en una
historia más amplia, de carácter nacional, y para que cumpla esa condición, ha
de ser en primer lugar adecuada a un cierto formato. Los mecanismos oficiales
de búsqueda de la verdad imprimen una norma expresiva a la voz de las víctimas,
el cual no es necesariamente el caso cuando estamos ante iniciativas no
oficiales de memoria[3]…”
Sobre
la escritura de Agüero en su artículo de blog, el historiador Herbert Morote,
señala lo siguiente[4]:
Esta singular forma de expresarse es efectiva, le
permite decir u opinar lo justo sin entrar en detalles o profundidades que
puedan ser contrastados o rebatidos. Sin embargo, el estilo minimalista y
entrecortado permite que el lector comparta sus sentimientos encontrados, su
aparente o real confusión y, sobretodo, permite intuir lo que calla.
Considero que no existe ninguna casualidad en el
estilo y estructura escogida. Coincido con Morote que ello le permite decir
estratégicamente lo justo, acogiendo en su carga emotiva, su “aparente o real
confusión”. Agüero muestra lo que desea mostrar y evade mayores implicancias.
Las instancias y menciones en que recuerda a
sus padres, les otorga un peso de responsabilidad y autonomía por el camino
elegido, pese a la fuerza doctrinaria e
ideológica partidaria, afirma que ellos tuvieron el control sobre decisiones
propias de sus militancias que involucraron años, destinos y su familia
(incluyendo a su abuela). Comprender esto, menciona, es tratar de ingresar al
contexto en el que vivieron y desarrollaron esa actividad. La forma en que lo
expresa en el libro, de carácter deshilvanado, fragmentado, no unitario, a
manera de un diario de reflexiones, es frontal en su sinceridad. Más allá de la
mera mención, aquellas reflexiones apuntan a un significado en el presente, a
una memoria que encuentra un recurso en el pasado para elaborar presencia y
significados nuevos. Siguiendo a Bourdieu, la palabra en el discurso logra así
su autoridad.
Si bien es cierto (Agüero lo reitera en el
prólogo) el libro está escrito sobre la duda, no tiene el ánimo de confrontar
verdades predominantes sobre la guerra interna y sobre ideas pre concebidas sobre los “terroristas”
desde alguna versión monolítica, ni otorgar una visión de parte. Su testimonio
es instrumento de un determinado marco.
Rolando Pérez nos señala: “El reto mayor
constituye la construcción de una narratividad de la memoria en el que no solo
se reconozca al otro —atropellado, excluido y estigmatizado—, sino también a
los otros rostros del escenario del conflicto, a fin de comprender los roles
que todos interpretamos en medio de la guerra y las responsabilidades que
necesitamos asumir para afirmar un proceso sostenible —y no una simple
caricatura— de la reconciliación”.[5]
Es
necesario recalar ese marco donde ubica su propuesta, ello corresponde al
contexto legislativo internacional de la justicia transicional[6]
ese plano supedita el rol de los organismos de derechos humanos con respecto a
las condicionantes de las víctimas y en su consideración como tal. Tengamos en
cuenta que puede remitirse (en su labor de jurisprudencia) a medidas
excepcionales y temporales en casos como violaciones graves y masivas a estos
derechos. No tiene en cuenta el perdón ni la impunidad, siempre en el plano
legal. ¿Cómo encaja aquí el perdón al que se remite Agüero? Veámoslo.
Agüero piensa las condiciones de ese esquema y
lo que frente al futuro representan en el reflexionar sobre víctima. Me permito
tomar un extracto del Capítulo V / Las Víctimas, donde señala:
“…Las
críticas sobre el “enfoque de la víctima” son muchas y válidas. Que hace al sujeto unidimensional, desviando
su mirada como actor en la guerra y posguerra. Deja de lado el problema de las
motivaciones y la voluntad de los sujetos para poner de relieve exclusivamente
el daño que ha sufrido. Inicia un proceso de purificación de los actores
quitándoles su agencia política (la inocencia de la víctima). No ayuda a
conocer las estrategias de las comunidades e individuos para pensar o dejar de
pensar sus memorias (memorias selectivas), sus acercamientos tácticos a los
centros que legitiman sus derechos como beneficiarios de políticas de
reparación y justicia (ONG, el Estado, la cooperación internacional).
Finalmente tampoco ayuda a analizar las dinámicas internas, de micro política,
como las que se dan en las comunidades campesinas de Ayacucho, donde todos son víctimas, pero algunas más que
otras y todos son victimarios, pero algunos un poco más, (las
cursivas son del autor) y donde por lo tanto, estas divisiones
aparecen poco funcionales.
Citando
a Elizabeth Jelin[7],
ella señala que “para mantener la
centralidad cultural que la víctima genera que no importe lo que la persona
hizo, sino lo que se le hizo” Un poco más adelante Agüero al señalar algo
crucial: “La necesidad de comprender la
guerra se hace poderosa” no necesariamente desmonta la tecnología de la
justicia transicional de su marco,
discute el discurso políticamente correcto sin comerse el pleito, a pesar de
que señala que en la posición de los organismos de derechos humanos se dejó de
lado a las víctimas pertenecientes al PCP SL sin defensa, dejándoles expuestos
a la tortura, la cárcel, la desaparición y la muerte. No cuestiona las
estructuras que sostienen la aplicación de la Justicia Transicional en cuyo
cometido, la labor de la Comisión de la Verdad y Reconciliación en 2000 fue uno
de sus pasos, sino comprende que “esa urgencia (como denomina a las aplicaciones de justicia transicional) ha cedido”. Reconoce el cumplimiento
de la agenda de estos organismos y su marco legal apoyado en los Estados. Por otro
lado y de manera poco clara surge la necesidad
de comprender el rol y trato con las comunidades de donde provenían las
víctimas y sus familiares, de recuperar el sentido de voluntad y de
participación política en las responsabilidades futuras. Se pregunta:
“¿Rescatar al campesino de su
subordinación en la narrativa de la historia debe costar el desaparecer a las
víctimas? (pag. 112)
Esta
pregunta es muy significativa pues propone analizar el rompimiento de los
esquemas de la víctima que se han mantenido desde el fin de la guerra y apoya
el hecho, aparentemente pienso, de encarar un re enfoque también con respecto
al rol de las fuerzas insurgentes; pero, veámoslo claro, esto no le sería evidentemente cómodo para el
marco institucional que aborda las consecuencias del post conflicto, mucho
menos para el Estado. Tampoco se comprenda esta crítica como una vía desde donde legitimar posiciones cerradas. Se trata
de colocar temas para el debate y a ello nos debe conllevar el estudio de su
propuesta.
¿Estamos
decantándonos, al paso del tiempo y desde que cesó el conflicto, hacia la
necesidad de comprender para apreciar y superar esa página de nuestra historia?
Estas ideas brotan en un contexto en el que aun la ferocidad de odios y
rencores instan a la estigmatización y a la acusación, pero es una pregunta basada en un proceso sostenible en
determinadas posiciones éticas. Incluso cuando José Carlos Agüero dice:
“Ser
una víctima por primera vez, para poder tener la oportunidad de perdonar y,
luego, rendirme. Dejar de serlo para entregarme completamente a la censura, la
mirada y la compasión de los demás.” (pag.
120)
Alcanzar la condición real de víctima para
luego considerar la rendición ¿qué diferencias existen entre víctima y rendido?
¿perdonar para rendirse? ¿No estar más sujetado a ningún interés ni
representación?
“Para
perdonar necesito primero ser una víctima” (Pag. 120)
El rendido que se entrega, según Agüero a
la censura, la mirada, la compasión de los demás, que se brinda al desamparo, no
se exime, en otro espacio de comprensión, de ser ese derrotado a partir de la
debacle de la guerra. El rendido que menciona Agüero a partir de un hecho
particular va más allá de la economía de implementación política partidaria, o
de algún planteamiento de ganancia o pérdida, se basa y a ello se circunscribe,
en un testimonio personal cuya base, vuelvo a repetir, se refiere a la
condición de sus padres senderistas como una forma de comprenderse en la
guerra, supeditado e esa dimensión. Agüero se detiene en la mirada del otro y
su ubicación, desde su propia condición como ente social marcado por la
vergüenza y el estigma. Su esfuerzo hacia el rendido queda en el plano de su
propia condición de dar el perdón como don, que deviene de una hermenéutica de
raíces judeo cristianas sobre lo cual no ahondaré, pero que no brinda
posibilidades de ir más allá de aquello
a lo que su propia pérdida lo ha conducido.
Persona: El vacío
La
construcción del libro “Persona” (2017) tiene a una cartografía particular como
idea de referente estructural y de secuencia. No es simplemente el curso que
toma la escritura reflexiva, tenemos un planteamiento por capítulos que a la
vez de producir atmósferas, nos remite (en plano diferente al primer libro), a
un ahondamiento en el significado de la superficie (los cuerpos) su destrucción
y búsqueda de sus partes. De la a -normalidad y la convivencia cotidiana con
esos hechos. Algo que toca muy de cerca ese panorama de anomia de nuestro
tiempo, en la ruina y la desesperanza.
JC
Agüero prosigue el correlato de la derrota, el hundimiento, la convivencia con
los recuerdos y el desastre implícito en su primer libro, pero en “Persona” nos
propondrá la destrucción del mito, no sólo del mito senderista.
A partir de la devastación y desesperanza
que la guerra ha ocasionado en su persona y en
los cuerpos de sus padres, debe en consecuencia buscar darles sepultura
simbólica para que puedan descansar en paz, la paz de los desaparecidos, tener
un acuerdo entre la culpa y la vergüenza.
Es un escenario que yo confronto cercano y
lejano a la tragedia del ciclo tebano, Antígona, de Sófocles, la hija de Edipo
que ha padecido sufrimiento tras sufrimiento convencida de que la tragedia de su padre era consecuencia del
destino marcado por los dioses, debe enfrentarse al poder y reclamar el derecho
divino de dar sepultura a los restos de su hermano Polinices. Creonte quien
representa al poder, omnímodo opositor, exalta no solo la desaparición física
de quien ha considerado traidor frente a la exaltación del héroe en Eteocles,
también muerto en batalla, ordena que sus retos queden insepultos, pasto de
perros y buitres. Antígona no solo busca darle dignidad al justo entierro de su
hermano, su clamor va a dirigirse contra aquello que la ley de la tiranía se
contrapone, a la consideración básica y esencial del ser humano.
Es lo que Agüero asume desde la reseña de
su presencia en un páramo silencioso de la isla que fue en 1986 escenario de un
genocidio y donde nunca se encontraron los restos de su padre, torturado y
fusilado, según versiones, y desde alguna playa en la zona de chorrillos donde
apareció el cadáver masacrado de su madre en 1992. Agüero busca darles
sepultura simbólica, pero algo crucial le diferencia de Antígona, el arquetipo
sofocliano conlleva la decisión total sobre el valor de sangre de su hermano y
que le corresponde el rito de entierro. Agüero se debate en la duda de culpa /
comprensión de sus padres “Senderistas del montón” (sic).
La conducción de sus relatos nos lleva a la
constancia y evidencias de los cuerpos, trozos de huesos, grumos, astillas,
uñas, pelos que se entregan a los familiares con los cuales deben armar su
conexión con la memoria sin certeza. Gráficos e imágenes nos trasladan a un
espacio onírico que mezcla las referencias a lo infantil con láminas de fichas
médicas y carátulas de cuadernos con comics donde detrás de la aparente
confusión se asienta la trascendencia del horror y subyacen en la superficie de
lo cotidiano de nuestra cultura que acepta, convive, camufla en sus gestos y
manifestaciones más pueriles la dura memoria de lo ocurrido.
Lo que destaca en esos materiales es el
dolor y la ausencia que son el correlato inmediato de la pérdida y el vacío.
Somos también participes de la resignación
que nos conduce al trámite burocrático, al cretinismo y a la impunidad de los
asesinos, a las autoridades desde la institucionalidad de los expedientes y
legajos, la frialdad de las estadísticas, las categorizaciones, el orden. La
cotidianeidad, el silencio y la resignación.
Como en la película documental Act of killing (2012) de Joshua
Oppenheimer, las evidencias se sostienen sobre una atmósfera densa en la
familiaridad e incluso simpatía que despiertan los criminales, que Agüero
señala como “el horror que es funcional,
corriente, necesario” la normalización y el buen trato consiguiente del
asesino que se torna colaborador, presto y eficaz en la constitución del
trayecto que ayude al familiar o al estudioso del tema a resolver su trámite.
Pero aquí es necesario poner los pies en
tierra. No podemos detenernos solo en el matiz con el cual Agüero nos muestra
la premeditación y alevosía de las muertes, por más consideración que tengamos
sobre el calibre de lo ocurrido y su impunidad, aquello es parte de su
construcción narrativa y de la manifestación de su ironía que juega con el
paradigma de la relatividad con la que asume la sociedad de pos guerra la
trascendencia de estos muertos y su memoria.
“Pero
los restos están, siguen vivos, en algún museo, en algunas pancartas; en alguna
reflexión académica” (pag. 21)
Si la aparente des demonización de la
víctima (¿también la del “terruco”?) estuvo en su primer libro vayamos hacia
donde dirige la desacralización de la memoria en el segundo.
En
“Persona” es cierto, si se trata de seguir pistas, huellas, fichas
clasificatorias médicas, láminas desglosables, caratulas de cuadernos,
fotografías, piezas de museo; elementos con los cuales armar / des-armar rutas
por donde hallar y registrar la memoria de unos cuerpos destruidos,
diseminados, es la memoria lo que está en juego. Los restos desmenuzados se
vuelven anclas que detienen, anzuelos y carnadas cuya posibilidad de engarzar
los recuerdos ahondan su trascendencia.
Pide que aquellos que intentan apropiarse de
la memoria de esos cuerpos dejen de hacerlo, pero el universo al que remite su
propia mitología le conduce de la perdida al vacío, en ello el contexto de
nuestra contemporaneidad, con sus angustias, incertidumbre, escepticismo,
descreimiento, desesperanza y buena dosis de perversión le brindan un terreno
propicio.
“Pero
ya no tengo palabras, sino piezas para armar” (pag. 64)
Agüero dispone y desplaza una constelación
de referentes que lo remiten a su universo particular.
“Más
adelante estaba el mar, la isla, el muelle, la playa. Sangre, tortura, los dos
cuerpos destruidos” (pag. 93).
Lo
poético entonces, es su correlato, la
continuidad de un discurso donde:
“Lo
importante no son los restos, es el sentido” (pag. 75)
Es en esa aparente desarticulación, el
cuerpo descoyuntado, el trozo y la inminencia de lo atroz en su parsimonia y
delectación donde encuentra una marca y un signo de nuestros tiempos. Ese es el
halito que se desprende, su sentido.
Pero es también la sensación del vacío y el
silencio en esa isla que rodea el hecho pasado,
la violencia de la guerra, el mito y la consigna que alguna vez existió,
de las arengas y los monumentos que alguna vez ensalzaron a la revolución. La
constatación de esos otros restos en la isla del Frontón y su desolación,
monumento a la debacle que no solo implica la comprensión de hechos de un
pasado donde la doctrina y el compromiso militante, también son posibles de
recrear a partir de sombras y existencias que como la de Agüero vivieron
aquello.
Detengámonos a sopesar lo sustancial de lo que se percibe detrás de la decepción y del rechazo:
“Un
revolucionario debería tener como requisito ser estéril como la revolución” (pag. 104).
Partir solo a la lucha, sin familia ni
amigos.
En otro plano descubrimos que lo que
rechaza es la “apropiación” que de la memoria realizan los grupos que validan
la guerra que emprendieron contra el Estado.
“No
hay héroes en este muladar. Hay gente despedazada. Gente que era culpable.
Ofreciéndose en holocausto por un bien inhumano” (pag. 133)
Es
el mito la cuestión:
“La
narrativa heroica es épica, es fiera, militar, “macha”. Su matriz es violenta,
no sus detalles, no solo sus accidentes. Articula su explicación del mundo a
partir de grandes eventos, gritos, personajes, héroes de leyendas, fatalidades
o dramas míticos. Este tipo de discursos ¿A quiénes oculta? ¿Qué deja fuera?” (pag. 135).
La propuesta de estas reflexiones se
sostiene sobre la sustracción de la carga representativa en la re construcción
del mito, pero me pregunto si no es Agüero quien se sustrae del contexto mismo
de esa guerra en particular, siendo que los sucesos cruentos de la misma
escapan de una sola versión. No es una mención de justificación de las razones
políticas del amotinamiento de los prisioneros, sino de cuestionamiento al
hecho de comprensión del contexto en que aquellos sucesos se dieron y que
irreversiblemente llevaron a la masacre, a partir de la desactivación del mito.
No pretendo aquí explicar el mito que
empujo al PCP SL a emprender esta guerra y aquel suceso, lo cierto es que ese
mito estuvo presente antes, durante y después de ella. Las consideraciones de
Agüero, que parten de la búsqueda propia en la trayectoria de los restos de su
padre en el lugar donde ocurrió la masacre tienen a ese hecho como protagonista
principal y se vuelve difuso en su libro detenerse con claridad y precisión por
reconocer la causas del amotinamiento, el momento de la rendición, la
determinación política de acabar con los prisioneros, el crimen de lesa
humanidad. Menciona, es cierto, que en la masacre murieron los rehenes de la
Guardia Republicana, considerando la pérdida de esas vidas y su insignificancia
en relación a la manipulación de la memoria para atacarse entre enemigos[8] pero vuelve a ser ello otra mención
particular.
Resulta por ello necesario ubicar la
narrativa de Agüero distante a un acercamiento cabal de los hechos desde otros
ángulos, pero ya lo he mencionado, le es menester permanecer en su zona gris y
particular de reflexión.
A la luz del tiempo transcurrido prima hoy
en el sentido común (lo que puede reflejarse
también en el quehacer y las crisis de las organizaciones políticas
participes del sistema democrático actual) descreimiento de posturas
consideradas verticales, ortodoxas, cuando no totalitarias que constituían las
ideologías y su regimiento; el tiempo actual le avala. Definitivamente es el zeitgeist[9] donde nos
desenvolvemos hoy. Es por ello que Agüero encuentra allí un terreno fértil
donde echar las semillas de su propio escepticismo.
Desde su apelación al puro sentido del
vacío.
El silencio como don
En los artículos y análisis que la edición
de los libros motivó posteriormente, mencionando el valor de su testimonio y la
originalidad de sus críticas[10] (excepto la reseña que
realiza el historiador ayacuchano Herbert Morote), ninguno se acerca a
cuestionar, ni siquiera poner en duda alguna intención, mucho menos desentrañar
la intencionalidad en el propósito de estas reflexiones, las mismas que evaden premeditada
e intencionalmente fundamentar sus ejes por el hecho mismo de que el autor se
protege bien bajo el manto emocional, sentimental y acongojado de su escritura
cuya pilar básico, reitero, es la dura relación con sus padres muertos en la
guerra.
Los artículos, en su mayoría bajo
puntualizaciones y enunciados ligados a Primo Levi, Hannah Arendt, Paul
Ricoeur, David Rieff, Merleau Ponty, Todorov entre otros, relacionados en la
implicancia con la otredad, escamotean una fundamentación y análisis mayor, lo
que lleva a no relacionar y especificar los puntos mencionados en la escritura
de Agüero, con la historia, la guerra y los mitos pertenecientes a aquel
período del enfrentamiento entre los maoístas y el Estado peruano.
Que lo haya planteado así por cierto que es
un mérito en su capacidad de relatar, de narrar, pero el hecho está en que el
campo temático que aborda recala en dimensiones mayores que remiten a aspectos
históricos de lo ocurrido entre 1980 y 2000.
Considero por ello, que los puntos a los que se remite, no deberían
quedar solo en el plano de conjeturas, de
hipótesis, de ideas para el debate.
Lo ocurrido en el Perú entre 1980 y 2000
fue una guerra que tuvo cientos y miles que como él perdieron a familias
completas. La complejidad de esa guerra desborda con creces el universo de
sufrimiento al cual nos remite Agüero. Comprendamos que no se trata de
cuantificar o cualificar el dolor, sino de tener en cuenta ingresar a una
dimensión de análisis que permita observar entre otros puntos el contexto, el
tiempo y las comunidades implicadas. [11]para acercarse a una real comprensión que nos brinde un marco
objetivo del suceso.
Conclusiones
1)
En el primer
libro “Los Rendidos – Sobre el don de perdonar” el autor parte de exponer la
condición de sus padres como militantes del PCP-SL asesinados por el Estado;
Agüero no les exime en absoluto, todo lo contrario saca a luz sus
participaciones voluntarias y decididas. Juzga
y condena sus trayectorias como militantes, calificándoles como seguidores de
una ideología criminal, por ende asesinos.
Comprende sus roles y los acepta mencionando los peligros y sobresaltos
que ocasionaron, sin embargo, ello le permite plantear su condición de “hijo de
senderistas” y a su vez, pasando ya a un plano general, criticar la categorización del sujeto
victimizable necesario en el engranaje legal de los organismos de derechos humanos.
Cuestiona no sólo la posición de víctima sino el marco
estructural que la sostiene, al mismo tiempo que pretende romper la cadena de enfrentamientos y odios asumiendo la
condición de víctima otorgando el perdón como un don para conseguir rendirse.
Ser víctima para lograr perdonar a los victimarios, en base a un
don que trascienda el enfrentamiento
para luego plantear su lugar como rendido
que logre romper la cadena de odios, para
superar el oprobio.
Ello le permite un acuerdo con su memoria y pasado, ser en esta
trascendencia, víctima, distanciarse de la condición de pieza en el mecanismo
para luego reconocerse en la capacidad del perdón. Ese perdón que no espera
nada a cambio, perdón que se acerca a la noción del amor y su desinterés. Según
Agüero.
2) En el libro ”Persona”, se aborda la recuperación del sentido del cuerpo. Propone una ruta, una cartografía que sondee en la atmósfera de la pérdida, de su valor y desvalor, de la insignificancia, la impunidad, el olvido y el sentido que cobra la memoria. La recuperación de los restos permite reconstruir el cuerpo destruido por la tortura y la ejecución pero queda un profundo vacío. Agüero vuelve a los cuerpos despedazados de sus padres como experiencia directa, pero como él afirma, no son los restos sino el sentido. Tenemos un planteamiento estético que configura los capítulos del libro y su secuencia nos conducirá de una atmósfera de desánimo, de desesperanza y anomia a una reflexión con respecto a los mitos movilizadores que impulsaron a los insurgentes, a sus acciones que desencadenaron la guerra, propiciadora de la catástrofe y la destrucción masiva.
Así como en “Los rendidos…” la toma de una
posición con respecto a sus padres masacrados le llevo a cuestionarse el rol de
víctima, en “Persona” la perturbadora desfiguración de los restos del cuerpo en
su posición original, el sarcasmo de asimilarlo a retazos y figurines para
niñas que roza lo macabro le llevará a una posición, a partir del universo
estético planteado, con respecto a los mitos de heroicidad del PCP SL. Sin
detenerse en otras circunstancias que se refieren al contexto, sin reconocer
otros puntos de vista frente a lo sucedido, específicamente con la matanza de
prisioneros en la isla de El Frontón.
3) En sus libros, la intencionalidad de su exposición no ha buscado sostenerse en una base de investigación y ahondamiento de hechos que sustenten sus posiciones; debajo de esas reflexiones sueltas, de escritos deshilvanados, fracturados, pese a su crítica en muchos momentos del marco institucional de las ONG y su construcción estratégica de victimización, de la “hipocresía” de estas al claudicar la defensa de todas las víctimas por igual, Agüero mantiene sin embargo los referentes a los cuales se adhiere y en la que su ambigüedad se sostiene: las coordenadas del poderoso aparato ideológico de la Justicia Transicional y la de sus adláteres que se articulan y copan los espacios de discusión dando por hecho la factura sobre la que construyen sus interpretaciones y su capacidad de poder como discurso y disposición legal.
Una de sus herramientas fue la Comisión de
la Verdad y Reconciliación, de la que el mismo Agüero fue colaborador
voluntario. Una muestra de su alineamiento institucional se da en la
sorprendente apreciación que tiene sobre la Comisión Uchuraccay en la que
participó el literato y premio Nobel Mario Vargas Llosa, cuando
paradójicamente, la CVR fue muy crítica con las conclusiones que este grupo de
investigación emitió[13].
4)
El logro
principal del autor, pese a lo ya definido, se ubica en el aporte a una
consideración diferente a las posturas ya planteadas con relación a las
víctimas de la guerra. Llama a profundizar en lo esencial de la consideración
humana, esa reflexión aparentemente
golpea a posturas institucionales alineadas a cuidar la imagen que organismos
de derechos humanos y universidades han mantenido, pero Agüero no emprende
contra estas instituciones una crítica sostenida que afiance su posición.
5)
La lectura de “Los Rendidos y de “Persona”
me llevan al plano histórico: en el panorama de la posguerra, en el intento de
destrucción de la presencia del enemigo subversivo por parte del Estado y sus
grupos de poder comunicacional, aquello es también representado en esa
institucionalidad de derechos humanos, así como en comisiones como la de la CVR
que no posibilitó una participación plena de los grupos alzados en armas, así
como de las FFAA. Por más que se intente un separación entre los muertos
provocados por los rebeldes como el de sus militantes de mano de las fuerzas
policiales, del ejército y la marina, esos muertos por igual atraviesan la
historia con sus promesas truncas, sus esperanzas despedazadas y son el peso
del desastre de una guerra, de una hecatombe en el camino de la irrealización
de la sociedad peruana en su conjunto.
Esos muertos, de ambos bandos duelen por igual, entre muchas razones y proporciones. Pero es necesaria una comprensión que no reduzca ni minimice la contundencia del dolor, ver la debacle desde una determinada forma de pensar y sentir las transformaciones que debieran ocurrir tanto en el plano personal como colectivo, ubicándolos en segmentos de un mismo contexto.
Si la razón le asiste a Agüero al mencionar en su libro “Persona” que esos muertos no les pertenecen a nadie, debiéramos aceptar la inexistencia de la causa por la cual fueron ejecutados. Toda guerra es absurda en ese sentido. Pero esos muertos no le pertenecen tampoco a los organismos de derechos humanos, a pesar de la necesidad apremiante de su apoyo, porque ellos eximen, sustraen, eliminan aquella vis de reacción que tuvieron las comunidades campesinas en sierra y selva tanto al lado de uno y otro bando como se constató, incluso, en la decisión de participar en rondas que tuvieron decidido accionar en la derrota de los insurrectos, lo cual niega ese atavismo histórico, colonial y lascasiano[14] de la pasividad del campesinado y su mansedumbre.
6)
Quizás,
pongámonos a pensar y atrevámonos a ello, la siembra de la paz verdadera
pasaría por quebrar el negocio y la transacción de la victimización, una
especie de máscara que no penetra las causas y su determinación. A ese espacio
de reflexión nos ha empujado la lectura de los libros de José Carlos Agüero
Solórzano. Su impulso va en el sentido
de posibilitar un planteamiento de preguntas, cuestionantes, pensamientos e
ideas en la real condición de la víctima; ese es su aporte, real, tangente,
precario pero también no podemos negarlo, contundente.
Lima, marzo de 2020
Bibliografía
BLOG MALQUERIDA - El
cuerpo a cuerpo con la madre: Persona, de José Carlos Agüero Solórzano. -
ttps://malqueridadice.com/2017/12/el-cuerpo-cuerpo-con-la-madre-persona-de-jose-carlos-aguero-solorzano/
BOURDIEU
Pierre – La objetivación participante – / Revista de Estudios Sociales “La voz de la cuneta” – Colectivo
editorial Pirata, La Paz, Bolivia, 2004.
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– Instituti de Estudios Peruanos. Lima 2012.
MANRIQUE Marie – Generando la inocencia:
creación, uso e implicaciones de la identidad de “inocente” en los períodos de
conflicto y pos conflicto en el Perú – Boletín del Instituto Francés de
estudios Andinos. Lima (2014).
MOROTE
Herbert - Artículo “Los Rendidos, libro imprescindible e inquietante
https://filipicasmorote.blogspot.com/2015/09/font-face-font-family-arialfont-face.html
MANSILLA
Katherine - Apuntes fenomenológicos sobre el perdón Conversaciones entre la
fenomenología de Merleau-Ponty y el libro Los Rendidos de José Carlos Agüero - http://revistas.pucp.edu.pe/index.php/estudiosdefilosofia/article/view/14591
NABERT Jean – Ensayo sobre el mal –
Colección Esprit, Caparrós editores, 1997.RICOEUR Paul –
La memoria, la historia, el olvido – Fondo de Cultura Económica. México, 2004.
PÉREZ Rolando - Repensando la memoria Pública
Apuntes Desde la comunicación. Revista
CONEXIÓN – Departamento Académico de
Comunicaciones PUCP (2013).
REÁTEGUI, Félix. “Las víctimas recuerdan.
Notas sobre la práctica social de la memoria”.
Recordar en conflicto: iniciativas no oficiales de memoria en Colombia.
Marcela Briceño-Donn, Félix Reátegui, María Cristina Rivera, Catalina Uprimny
Salazar (eds.). Bogotá: ICTJ, 2009. © 2009 Centro Internacional para la
Justicia Transicional (ICTJ)
REVISTA IDEELE: Entrevista a Herbert Morote https://revistaideele.com/ideele/content/herbert-morote-%E2%80%9Cla-violencia-que-vivimos-fue-un-genocidio%E2%80%9D
TODOROV Tzvetan - Los abusos de la memoria - Barcelona - 2000
Paidós
[1]
Como la denominaron algunos jefes militares al
estudiar estrategias parecidas en sucesos ocurridos en determinados puntos del
orbe a los largo de la segunda mitad del siglo XX. Característica que comparten
partidos comunistas en la conducción de masas campesinas u obreras mezcladas
con población civil cuyas acciones bélicas sistemáticas se basan en guerra de
guerrillas y otros métodos de combate sostenidos en el tiempo. El ex capitán
del Ejército y asesor del gobierno de Fujimori Vladimiro Montesinos, así como
el General Nicolás de Bari Hermoza Ríos entre otros militares, han expuesto su
comprensión de guerra asimétrica.
[2]
Mencionándolo también así en la presentación del
libro https://www.youtube.com/watch?v=zaOb4lsq3Z0 “mis padres fueron puestos al servicio de algo” y esto
esencialmente remite a la construcción de sus ideas.
[3]
Reátegui,
Félix. “Las víctimas recuerdan. Notas sobre la práctica social de la memoria”.
Recordar en conflicto: iniciativas no oficiales de memoria en Colombia. Marcela
Briceño-Donn, Félix Reátegui, María Cristina Rivera, Catalina Uprimny Salazar
(eds.). Bogotá: ICTJ, 2009. © 2009 Centro Internacional para la Justicia
Transicional (ICTJ)
[4]Artículo
“Los Rendidos, libro imprescindible e inquietante” https://filipicasmorote.blogspot.com/2015/09/font-face-font-family-arialfont-face.html
Véase también como reseña a las
posiciones del Sr. Morote con respecto a la comisión Vargas Llosa https://revistaideele.com/ideele/content/herbert-morote-%E2%80%9Cla-violencia-que-vivimos-fue-un-genocidio%E2%80%9D
[5] Pérez Rolando - Repensando la memoria Pública Apuntes Desde la
comunicación. Revista CONEXIÓN – Departamento Académico de Comunicaciones PUCP
(2013)
[6] https://www.ictj.org/es/que-es-la-justicia-transicional }La
justicia transicional emana de la rendición de cuentas y de la reparación para
las víctimas. Reconoce su dignidad como ciudadanos y como seres humanos. Hacer
caso omiso de los abusos masivos es una salida fácil, pero destruye los valores
en los que cualquier
sociedad
digna debe asentarse. La justicia transicional plantea las preguntas jurídicas
y políticas más difíciles que se puedan imaginar. Al priorizar la atención a
las víctimas y su dignidad, señala el camino que debe seguir un compromiso
renovado con la seguridad de los ciudadanos corrientes en su propio país, para
protegerlos verdaderamente de los abusos de las autoridades y de otras
violaciones de derechos.
[7] JELIN Elisabeth – Los
trabajos de la memoria – Instituto de Estudios Peruanos. Lima 2012.
[8]
Aun sigue pendiente el caso de las matanzas de los penales en los tribunales
peruanos y en etapa inicial https://idl.org.pe/nuevo-juicio-por-caso-matanza-del-fronton-sigue-en-etapa-inicial/
[9]
El espíritu de un tiempo.
[10]
Katherine Mansilla - Apuntes fenomenológicos sobre el perdón Conversaciones
entre la fenomenología de Merleau-Ponty y el libro Los Rendidos de José Carlos
Agüero - http://revistas.pucp.edu.pe/index.php/estudiosdefilosofia/article/view/14591
El cuerpo a cuerpo con la madre: Persona, de José
Carlos Agüero Solórzano. Blog Malquerida -
ttps://malqueridadice.com/2017/12/el-cuerpo-cuerpo-con-la-madre-persona-de-jose-carlos-aguero-solorzano/
[11] Mencionemos lo que señala Jean Nabort con respecto al
dolor: “El dolor comporta dos caracteres que parecen, a primera vista,
antinómicos: por una parte, aumenta desmesuradamente el poder del universo
sobre el individuo, le expone a contactos a los que era insensible; por otra
parte, repliega al ser sobre sí mismo y hace más difícil su comunicación con
otras conciencias” NABERT Jean – Ensayo sobre el mal (capítulo I Lo injustificable)–
Colección Esprit, Caparrós editores, 1997.
[12] “Desnudar
las estructuras objetivas de un microcosmos social al cual el mismo
investigador pertenece, es decir, las estructuras del espacio de posiciones que
determinan las posturas académicas y políticas de los académicos a partir de
una semiología literaria percibida como de vanguardia” - La Objetivación participante, Pierre Bourdieu / Revista de Estudios
Sociales “La voz de la cuneta” – Colectivo editorial Pirata, La Paz, Bolivia,
2004.
[13]
La mención de Agüero en defensa del escritor dice “admirable
su sentido republicano, de colaborar con el esclarecimiento y la administración
de justicia” opinión escueta y
confusa, que es por demás deleznable. Reconozcamos que esta comisión consideró
a los comuneros casi como a animales,
que intentó limpiar la responsabilidad del Estado. La opinión de Herbert Morote
al respecto es también contundente en su artículo “Los Rendidos, libro
imprescindible e inquietante” https://filipicasmorote.blogspot.com/2015/09/font-face-font-family-arialfont-face.html
[14]
Derivado del religioso Dominico Fray Bartolomé de Las Casas y su prédica
compasiva y de justicia hacia los indígenas centroamericanos en el siglo XVI.
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